jueves, 14 de agosto de 2014

COGIENDO OLAS, O SURFEANDO, CON JESÚS

Para los que no sabemos nadar y, sin embargo, amamos el mar, ver a personas cogiendo olas, o surfeando, como si fueran domadores del mar, es realmente impresionante y maravilloso. Algo que despierta admiración y asombro, y hasta una sana envidia.
¿Han cogido olas alguna vez? ¿Se han metido mar adentro subidos a una tabla para avanzar luego hacia la playa? Debe ser increíble. Como tener el mundo en tus manos y ser capaz de todo.
 
 
Para un surfista, sentir la sensación de que va a agarrar una ola, de que va adentrándose en ella y de que logra surfearla, debe ser el no va más. Y, cuando es al contrario, que trata de dominar una ola super-grande y fracasa, cayendo al agua y siendo golpeado y arrastrado por el mar, debe ser horrible.
Se cree que el surf tiene más de 500 años de antigüedad. Para muchos es simplemente un deporte, para algunos es otra manera de disfrutar de la naturaleza, para otros un pasatiempo, para algunos un trabajo, y para otros muchos, sea cual sea su religión o creencia, el surf es una experiencia que les conecta con algo o con Alguien. Con la naturaleza, consigo mismos, con los demás, o hasta con Dios.
Por eso, el surf es más que un deporte. Es un estilo de vida, una manera de ver el mundo y hasta una manera de encontrarse y de relacionarse con Dios.
Yo veo en el surf y en el coger olas, además de algo maravillosos en sí mismo, una parábola para la vida que nos enseña a remontar los problemas, a trabajar en equipo, a superar los fracasos, a no rendirse, a gozar de las cosas buenas de la vida, a ser solidarios y ayudar a otros...
Y si, encima, en nuestra vida cogemos olas o surfeamos con Jesús, ya lo bordamos. Jesús será al mismo tiempo nuestra tabla y nuestra ola perfecta.
 
 

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